viernes, 25 de marzo de 2011

Ichiban utsukushiku (La Mas Bella). Akira Kurosawa 1944 VOSE



Orgullo nipón

«Hasta No añoro mi juventud (1946) y dada la situación del momento, no se podía decir nada. A pesar de nuestro anhelo de libertad nos contentamos jugando con la técnica (...). Durante la guerra había ciertas cosas que no podía expresar». Akira Kurosawa.

Los prolegómenos de la Segunda Guerra Mundial hicieron que las cinematografías directamente involucradas en el conflicto -muchas de ellas incipientes- viviesen un curioso fenómeno. Truffauft lo llamaría colaboracionismo, sin aceptar muchos matices hasta que sus violentos arrebatos juveniles se serenaron. Tavernier, más comprensivo en su Salvoconducto (Laissez-passer, 2002), hablaría de una forma como otra cualquiera de... sobrevivir.

La diferencia, de cara a los anales, es que un bando ganó y otro perdió (¡nada sutil la distancia existente entre héroes y villanos!) Las películas y la propaganda de guerra del bando aliado han pasado a la historia por la puerta grande (Capra, Ford o Wyler mediante), mientras que las italianas (revísense, por ejemplo, las tres primeras películas del exonerado Rosselini) o las alemanas (culpable por siempre Leni) son panfletos fascistas condenados al olvido.

Hace poco tuve la ocasión de ver en la Filmoteca de Catalunya diversos boletines de lo que fue el No-Do republicano, edificante y parcial apología de "los nuestros" que se ejerció desde uno y otro bando. Lo encontré igual de repugnante y censurable que su original: utilización por doquier de niños muertos, infrahumanización del adversario y loa a un ideario político convertido en religión. Y es que en tiempos de guerra... ¿todos los gatos son pardos?

A Kurosawa le tocó vivir en esa época y colaboró a su manera en el esfuerzo de guerra. La mayoría de sus películas posteriores (cantos a los gloriosos tiempos de catanas y shogunatos, no en vano fue el hijo de un oficial del ejército descendiente de samurais) podrían inscribirse en esa "recuperación del orgullo nacional" tan vapuleado.

Vaya por delante que La más bella no es una película fascista. La colectividad (en este caso, mujeres que trabajan como voluntarias de la compañía Nipón Kogaku, dedicada a la fabricación de lentes de precisión para el ejército) se convierte en uno, las individualidades no cuentan cuando lo que está en juego es la supervivencia del país del sol naciente.

Kurosawa hizo lo que pudo con este encargo envenenado, especie de Cuna de héroes (The Long Gray Line, 1955) para ultrapatriotas: «cuando me confiaron la realización decidí darle un estilo semi-documental». Aunque sin olvidar a qué fines debía servir («sí, el tema de la película es el auto-sacrificio de un país» –1–).

Con técnicas propias del montaje soviético, Kurosawa cumple con creces los objetivos demagógicos y artísticos: estamos, indudablemente, ante una película de un nacionalismo furibundo, pero sin embargo... ¡tan bella!

Tachado muchas veces de misógino, extraña ver en el cine de Kurosawa un film donde la importancia de la mujer sea tan absoluta (y donde ellas no sean malas y enrevesadas, desencadenantes de la perdición del hombre o detonantes de sus bajas pasiones). En La más bella ocupan el 90% del metraje y se muestran más aguerridas y batalladoras que el Toshiro Mifune de La fortaleza escondida (Kakushi toride no sa akunin, 1958) o Barbarroja (Akahige, 1965).

Y es que ni la propia madre moribunda importa cuando se trata de equiparar el rendimiento de la sección femenina de la fábrica al masculino, ese 10% de incremento que parece imprescindible para asegurar la victoria. Mujeres enfermas que quieren pasar por sanas para "no defraudar" a sus compañeras, sensación de equipo y anulación del libre albedrío. Ni más ni menos que lo que nos vendían en El sargento York (Sergeat York, 1941) o en El acorazado Potemkin (Bronenosets Potyomkin, 1925).

La más bella es un film candoroso y algo superado por su coyuntura política (¿acaso no les pasa lo mismo, verbigracia, a los dos trabajos anteriormente citados de Hawks y Eisenstein?), anteproyecto de ese Kurosawa íntimo y humanista que hizo volver la mirada de Occidente hacia una geografía donde hoy por hoy parece residir el presente y el futuro del séptimo arte










Texto: http://www.miradas.net/0204/estudios/2004/06_akurosawa/lamasbella.html

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