viernes, 7 de mayo de 2010
Vampyr - Der Traum des Allan Grey (Vampyr, El sueño de Allan Grey. Carl Theodor Dreyer 1932
Miedo en la frontera silente,
Por Jorge-Mauro de Pedro
«Quería crear en la pantalla un sueño despierto y mostrar que lo espantoso no se encuentra en lo que nos rodea sino en nuestro propio subconsciente»
Carl Theodor Dreyer
Muy alto había puesto Dreyer el listón tras La pasión de Juana de Arco (La Pasión de Jeanne d'Arc, 1927-28), filme que —por extraordinario que nos pueda parecer— se dio por desaparecido durante cerca de un cuarto de siglo. (De hecho, tampoco podríamos asegurar al 100% que la copia comúnmente publicitada del martirio de la Falconetti guarde poco o mucho parecido con la original.)
Pero es que los grandes logros creativos de este adusto escandinavo pocas veces vinieron respaldados por "arrolladores" éxitos de taquilla (ni arrolladores ni tan siquiera discretos, salvo en el caso de La palabra (Ordet, 1954-55)). La pasión. no fue una excepción y los productores franceses empezaron a mirarlo también de reojo. Le quedaba por probar el arriesgado camino de la independencia, un modo como otra cualquiera de decir que si quería seguir haciendo cine, debería de buscarse la vida.
Llegamos así hasta La bruja vampiro (no me negarán que es la mar de cachonda la traducción española del Vampyr original), terrorífico experimento cuya gestación, por sí sola, daría para un extenso artículo. Y es que este danés adoptado y criado a regañadientes por un matrimonio nada ejemplar, estaba acostumbrado a tener que remover Roma con Santiago para lograr esotéricas fuentes de financiación.
Porque Dreyer, cuando quería, sabía también ser la mar de mundano. Es precisamente en una fiesta donde conocerá a su futuro benefactor, el barón Nicolás de Gunzburg, excéntrico ricachón con ínfulas de actor. Nuestro atento y perspicaz pigmalión tiende el anzuelo, haciéndole al aristócrata una oferta de esas que no se pueden rechazar: "de acuerdo, yo te dirigiré como protagonista en una película, pero me tienes que garantizar la más absoluta y total libertad artística" . Dicho y hecho: el contrato se firma en el verano de 1929 (1). Ahora sólo faltaba saber... «¿qué vamos a contar?»
La excusa argumental —poco más— la aportarían dos cuentos de Sheridan le Fanu: Carmille y La posada del dragón volante. A partir de ellos (y en un registro muy cercano al universo lovecraftiano), Vampyr nos relata los extraños acontecimientos vividos por el nada intrépido Allan Grey, sorprendente y accidental héroe claramente sobrepasado por las circunstancias. Y es que el castillo al que arriba después de un breve periplo por la comarca se acaba constituyendo en uno de los entornos más inquietantes elegidos por el cine de terror: malsano, rico en sucesos inexplicables. genuinamente acongojante, vamos.
Horrísonos juegos de sombras, constantes referencias a la muerte y sus adláteres —que parecen haber invadido, con decisión y desenvoltura, el más acá—, así como el buñuelesco asesinato del dueño pondrán a Allan tras las pista del mal, de ese mal de compleja afiliación que parece habitar en cada rincón, en cada paraje.
La clave residirá en el Necronomicon de turno, una especie de "todo lo que quiso saber sobre el vampirismo y jamás se atrevió a preguntar", que Allan se verá forzado a leer y asimilar a marchas forzadas. Aunque quizás no sea suficiente para contrarrestar el terrible despliegue de las fuerzas del mal.
Aparentemente alejada de sus prioridades metafísicas (materializadas en su magnífica trilogía de la religión a través de los tiempos: La pasión de Juana de Arco, Dies Irae (Vredens Dag, 1943) y Ordet), Vampyr no es ni mucho menos una rareza en la filmografía de Carl Theodor. Alejémonos de las visiones más reduccionistas de su figura, fundamentadas en el visionado de una parte muy concreta de sus 14 películas: el director ya había cultivado el cine denuncia (en contra del clasismo social y el desamparo de las madres solteras en El presidente (Praesidenten, 1918-19) o arremetiendo contra la dictadura machista en El amo de la casa (Du Skal Aere Din Hustru, 1925)), la superproducción griffitiana (Los marcados (Die Gezeichneten, 1921-22)), el drama amoroso a tres bandas incluyendo pulsiones homosexuales (Mikaël (Mikael, 1925)) o incluso la comedia pastoril (La mujer del párroco (Prästänkan, 1920))..
En el ámbito del terror pararreligioso podría inscribirse Páginas del libro de Satán (Blade af Satans Bog, 1919-21), otra muestra más de su simpatía por el Diablo, auténtico eje conductor de la narración. En ella, además, Dreyer se dedicaba a "hacer amigos" metiendo en el mismo saco a Judas, a la Santa Inquisición, a los sans-coulottes y a los comunistas, azote de Finlandia.
Pero lo que intenta en Vampyr es algo radicalmente distinto. En los alrededores de París y en el castillo de Courtempierre (Loiret), Dreyer trata de dar con esa desasosegante sensación que termina engendrando eso que conocemos como 'el miedo'. Para ello huye de artificios, preocupándose de que el entorno —suficientemente realista sin la necesidad de recargados atrezzos— transmita el genuino pavor de los lugares largamente abandonados, ruinas incipientes o centenarias por donde acostumbraban a pasear los personajes de Becker y Poe. En su búsqueda le acompañan un director de fotografía llamado Rudolph Maté y el decorador Hermann Warn, provenientes ambos del elenco técnico de La pasión...
Y lo hace alternando las ventajas del mudo (movilidad de la cámara, tenebrismo a lo Caravaggio, concreción en el desarrollo de la acción; dominio, en definitiva, de un lenguaje que llevaba practicando 15 años) con las del incipiente sonoro (grabación de sonidos inquietantes integrados en la medida de lo posible en la diegética de la narración, sin emplear farragosos micrófonos in situ).
El resultado de su aventura, de su nueva exploración de las raíces del miedo (sustrato en mayor o menor medida, de ese sentimiento religioso que tanto le hizo elucubrar) se tradujo en la habitual y unánime incomprensión, relegándolo otros 12 años a las catacumbas (el pobre se vio obligado incluso a ejercer de crítico cinematográfico: ¡imagínense a qué grado de abyección llegó!). Deberíamos de esperar hasta el mismísimo Día de la Ira para verlo resucitar, rematando su carrera con dos obras magistrales, de esas que otorgan el prurito de maestro a quien es capaz de concebirlas.
Texto: http://www.miradas.net/2005/n40/estudio/vampyr.html
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