La fuerza de la rompiente era tal, que el oficial, los tres suboficiales y la marinería que prestabas servicio de vigilancia debían amarrarse para que la fuerza del mar no los arrancase del puente y los arrojase fuera de bordo. En esta navegación invernal el submarinista veía con sus propios ojos la fuerza grandiosa del irritado Atlántico.
Fuente: Karl Donitz. Diez años y veinte dias
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